El título de este relato apareció sin más, frente a mis oídos, cuando Dani Rovira estaba representando el monólogo “Odio” que se proyectó en Netflix, diría que en la época Covid, básicamente porque casi todo el público llevaba tapabocas.
En un momento de la actuación, una frase llamó profundamente mi atención: “Los perros son felices porque no tienen bolsillos”. Sencilla, rotunda, surrealista si me lo permites, transparente y más cierta que el descubrimiento de Australia.
Si observas con detenimiento y estás atento a cualquier detalle de tu alrededor, podrás descubrir muchas cosas que, por no prestar atención, ni siquiera te darías cuenta.
Me gusta observar, mirar, ver, ojear, otear y, de vez en cuando, hasta descubrir pequeñas cosas, a veces tan insignificantes que algún humano cercano a mí, seguro que diría: —pero chaval, qué coño estás mirando—. Y suerte que no tengo un buen olfato porque te aseguro como que me llamo, ¿…?, ¡hostias! ¿Cómo me llamo?, ah, no… me llaman.
—¡Hola!, sí, dime. Ahora no puedo hablar contigo. Estoy escribiendo un relato que me gustaría enviárselo a Dani. ¿Cómo que qué Dani? El que protagonizó Ocho apellidos vascos… Sí hombre, el mismo. Oye, ¿pero no te he dicho que ahora no puedo estar por ti? Si te parece bien, hablamos más tarde, ¿vale?
Perdona, estaba pensando en lo que quiero escribir y Goyo… —¿no sabes de quién hablo? Joder, qué pesadilla, ¿te lo tengo que explicar todo?
Bien, por dónde iba. ¡Ah sí! Te estaba diciendo cómo me llamo. De hecho, me llaman… ¡Otra vez! No, no. No me llamo “otra vez”. Es que sonaba el móvil y no me ha dado la gana de cogerlo. Si estoy escribiendo, no puedo hacer otra cosa.
—¿Quieres centrarte de una vez?
—Vale, pero no me interrumpas más porque no llegaré a tiempo para ver la segunda parte del club de la comedia.
Tantas prisas, ¿para qué?
¡Qué frase tan sencilla y tan potente a la vez! “Los perros son felices porque no tienen bolsillos”. Nosotros, los humanos, poseedores de bolsillos y otros medios de transporte, cargamos o metemos tantas y tantas cosas en ellos que, muchas veces, tenemos que detenernos a tomar aire para seguir adelante. Quien dice adelante, dice a cualquier dirección. La cuestión es ¿por qué nos pasamos la vida metiendo y sacando cosas de los bolsillos si lo único que conseguimos es perder el foco?
¿Te has fijado alguna vez cómo se mueve por el mundo, por tu mundo, un peludo? Sí, humano, ese que cuando te ve, lo deja todo para venir a saludarte, aunque en ese momento estuviera intentando resolver la Conjetura de Collatz.
¡Vale! Ahí le has dao. Los gatos son diferentes, te lo digo por experiencia. Tengo dos. Abro la puerta de casa y me encuentro cuatro orejas que asoman sutilmente por el reposabrazos de la butaca, qué digo de la… de su butaca, porque hace tiempo que dejó de ser mi butaca de leer.
Si quieres aventuras, siéntate un rato en su butaca y verás lo qué pasa. Te aseguro que después de esa experiencia, cabe la posibilidad de que ocurran tres cosas:
– tengas que tirar la ropa a la basura
– me preguntes si tengo un cepillo para sacarte los miles de pelos
– mis gatos te miren de reojo y, sin decir ni pio… ¡Ostras! No te lo había dicho; mis gatos saben idiomas. Pues eso, te miren de reojo y salgas por “patas” de la butaca y depende de cómo te mire yo, hasta de mi casa.
Volviendo a los peludos, también de cuatro patas. ¿Te has dado cuenta de que no llevan bolsillos en su indumentaria? Los San Bernardo no cuentan. No es un bolsillo. Allí llevan el ron, pero no para ti. Es para ellos. ¿Sabes lo pesados que se ponen los humanos cuando se pierden en las montañas? ¿Te has parado a pensar alguna vez lo coñazo que se ponen? ¿Por qué te crees que llevan ron estos majestuosos perros? Es para olvidarse por un rato de nosotros, los plastas.
Un can o cana, cánido o cánida, chucho o chucha, mascota… Este adjetivo, según el lenguaje inclusivo, ¿tendría que escribir el masculino como ‘mascoto’? Raro es, pero si hay que ponerlo, se pone. Peludo o peluda, perro o perra, perrete o perreta y, por fin, sabueso o sabuesa. Otra reflexión más: ¿crees que a él o ella le importa tanto el lenguaje inclusivo? Diría que menos que el descubrimiento de Australia, ¿no crees?
Los perros son felices porque, al no tener bolsillos, no pueden guardar las ‘mierdas’ que nos guardamos nosotros. Las ambiciones, los celos, las envidias, los “me compraré esto para ser más feliz”, una casa con piscina, un coche eléctrico… ¡Ep! Aquí hemos topado con la iglesia. Cuando era un crío, recuerdo que mis padres me compraron un Tiburón Citroën Payá. Era un coche ‘eléctrico’, a pilas, pero eléctrico en el fondo. De mayor, me hubiera gustado ser poseedor de uno, pero con los años, me incliné más por el Dos caballos o cavallos.
En el pueblo donde resido vivo (he eliminado expresamente la ‘y’ porque se puede entender que residir y vivir podría ser lo mismo. En cambio, teniendo en cuenta que es un pueblo muy caro, residir vivo es, en sí, una prueba de fe). A lo que iba, en mi pueblo hay un montón de peludos, con nombres supercuriosos. Aparte de los típicos, tenemos a Lucas, Numa, Felipe, Matilda, Luisa y otros más comunes como Lluna, Mitjons (calcetines), Maya, etc…
Mi hermana mayor, que lleva residiendo aquí más de treinta años, se sabe el nombre de casi todos los peludos y, en cambio, no se acuerda del nombre de sus humanos. Para ella y, por extensión, para mí, nos importa infinitamente más el animal que el humano.
Cuando nos enteramos que algún in-humano le hace alguna fechoría a su mascoto o mascota, nos ponemos frenéticos. En más de una ocasión, he llegado a pensar en ‘matar con una muerte horrenda y horripilante’ al in-humano que se cree con derecho a hacerle daño a un ángel sin alas, pero con patas y cola.
Hace como cuatro años, por las redes sociales, pidieron ayuda para alistarse en la búsqueda de un perrín, una mezcla de mastín con elefante, que se había escapado de casa. Tenía miedo a los petardos. Seguramente, algún hijo de la gran puta (in-humano para más precisión), encendió alguno cerca de su casa y el perrín, adoptado y, probablemente, con un pasado terrorífico, salió disparado. Estuvimos buscándolo casi todo el día. Si no éramos veinte personas, no éramos nadie. Lamentablemente, el final no fue el esperado. El pobre se cayó en una de las muchas balsas de regadío sin protección que hay por la montaña y se ahogó.
Durante muchas semanas, de mi boca salió una cantidad ingente de improperios dedicados a los payeses, el ayuntamiento de turno que no pone multas severas y en el hijo de la gran puta que fue el causante de esta desgracia.
Antes he mencionado a mi hermana. Tiene falera, qué digo falera, máxima devoción y mucho respeto por los animales. Tiene dos peludos y cuatro fábricas de pelos: Numa y Lucas, los perros y Dina, Winston, Kisy y Topy, los gatos, ¡ah! y un marido, dos nietos y otras hierbas.
En el cajón de la cocina, a veces, encuentra hormigas que se pasean distendidamente por encima del pan. ¿Te crees que las mata? Pues no. Saca el cajón con mucho cuidado, se dirige al parquecito que hay frente a su casa y las deja caer desde una altura de hormiga, para que no se hagan daño, en la hierba o cerca del césped. Si te pasara a ti, ¿harías lo mismo o tirarías de espray mata insectos?
En mi cocina, al fondo de la pica, vive o reside viva, una araña de patas finas de esas que viven en los rincones. Ahí está desde hace, por lo menos, seis años.
No quiero marearte más con mi devoción por el mundo animal. No voy a mentirte porque he obviado, conscientemente, hablar de un bicho que sí detesto, que sí me da por el saco, que sí mato. Estoy hablando de las y no los, mosquitas que pican de lo lindo. Al menos a mí. Me tienen frito con sus zumbidos que avisan de su llegada, pero su fuselaje, con protección invisible, no permite que las veas venir y, cuando menos te lo esperas, zasca, ya han firmado con su autógrafo de hijas de puta: «para que te acuerdes de mí, aquí te dejo mi número de móvil».
Ya ves, he pasado de confirmar que los perros son más felices porque no llevan, no tienen bolsillos para guardar nada, a los mosquitos. Todos formamos parte de algo más grande, pero estos últimos bichos, ¿no podrían ser un manjar delicioso de mis gatos? Así no me sentiría culpable de asesinarlas y tendrían una función de vida. Ya sé que se los comen los pájaros y otros bichos, pero en casa solo tengo espacio para dos gatos y un humano que sí es casi un humano.
Me quiero despedir de ti, no sin antes recordarte que son las ocho de la tarde y hay que sacar a pasearte porque, ten claro que no sacas al perro o perra, son ellos y ellas que te sacan a ti, por un rato, de tu vida llena de bolsillos. Aprende de nuestros peludos y deja el móvil en casa de una puta vez. Por un rato, no se va a acabar el mundo. Y si se acaba, a nuestros angelitos con alas les importa tanto como saber quién descubrió Nueva Caledonia… ¡Ey!, ¿pensabas que escribiría Australia?
Pues no.
Con mucho cariño: miau, guau, zzzzzzz